ETERNO BORRADOR DE UNA MENTE SIN TALENTOS

Como caderear al ritmo del tun-tun o como desarticularse en un flash de neón en sintonía con el Dj, pero bajo el amparo del La Literatura: o de hacer cualquiera pero con cara de inteligente.

martes, 29 de abril de 2008

VACAS(MULAS Y LLAMAS)IONES

En estado de pause por vacaciones obligadas de mi parte.

Una fucking semana sin internet.

En sintonía con pachamama, cumbia norteña, y alguna que otra escultura de aquella zona.

Una semana allá donde la brújula señala, extenuada.

Allá, con alegría, voy a llegar.

En estado de pause.

¿A quién le escribo? ¿A quién le pido que me vaya a extrañar?

Que mire al Norte. Allá donde señalo, en estado de gracia.

sábado, 19 de abril de 2008

(FRAGMETOS DE) ENSAYO

Sábado-4:50 Hs Inteligencia remojada en fernet

1-Empujarla en una hamaca. Una, dos, diez veces. Si a la undécima no cae en mis brazos, entonces la hamaca es poética.
2-Frente a mi asiento, un bebé. Llora, y saluda. Intermitente, sin decidirse. Una anciana, a mi lado, hace muecas arruguienta. La realidad no es piadosa. El bebé le corre la cara. Vomita un chorrito. Vieja con rostro estuperfacto. La realidad está en versos.
3-Sonríe. A veces una amistad está mal deletreada. Sonríe y abraza. Me abraza. A veces la amistad es un contenedor, un dique. Y sus labios ponen en juego lo inconmesurable. Milímetros de carne sin definición.
4- La poesía-le afirmo con firmeza impostada- la poesía no sirve. Sí, sí y sí. Adjunta razones a su triple afirmación. Mueve su dedo índice en la tierra haciendo circulitos. La poesía no sirve de nada, y no lo creo. No por sus argumentos. Su dedito trazando figuras, y su caprichosa voz. Su vocecita: sí sí sí
5-Una hamaca. Sube apresurada, infantil, con saltitos de liebre enana. No la empujo. No se mueve. Tengo su ropa en mis brazos. La realidad a veces es piadosa.

jueves, 17 de abril de 2008

ANHELOS CORTAZARIANOS

Un cronopio. El personaje de "El otro cielo". Ser un personaje Cortazareano, cruzar una puerta, una avenida, cerrar los ojos, y cicatrizar kilómetros de agua atlántica. Aparecerme en la céntrica París. Esperarla en una esquina a Elizée-la cantante del video- y, sin explicar nada, arrebatarle con velocidad de choro cordobés un beso. Y mientras me esfumo, volviendo a córdoba, gritarle en una fonética mestiza jé t´aime, sos mi otro cielo. Córdoba. De nuevo. Ser un personaje de Cortazar. O ahorrar euros para un boleto a París.



p.d: Vean "mademoiselle Juliette". Ahí su belleza llega a la hipérbole.

lunes, 14 de abril de 2008

PRESENTACIÓN DE REVISTA

Re Revista producida por estudiantes de Letras, con ensayos, críticas, narrativas y poemas de los mismo estudiantes. Un órgano de captación y difusión de las inquietudes y producciones del alumnado: un espacio de escritura y visibilidad que no puede desperdiciarse. Por esto los invito a que se peguen una vuelta, y le pidan a sus padres unos 12 pesos para (bien) gastar. Los invito por eso, y porque- ya en el plano de las mezquindades individualistas- hay un artículo de mi autoría en la revista. Por qué ocultar el orgullo, ¿no? Los espero.

miércoles, 9 de abril de 2008

ZOMBIE(reformulación)

El cuento fue mutilado. Un poco, pero demasiado cualitativamente. Agradezco a Pablo que fue el primero en señalar las pequeñas virtudes, y también en indicar lo que sería reiterativo: el fallido del final. A F. e Y. por leer el cuento, y subrayar su simpatía sin dejar de ser criteriosas. Y aunque tod@s me condujeron a focalizar el mismo punto modificable-el final- debo hacer un breve apartado: F. fue capaz de responderse sóla su pregunta acerca de la posibilidad de que el arte se piense a sí mismo-independientemente de la intención de un sujeto- al señalar que lo que arruinaba el cuento era la intromisión arbitraria de mi parte en la dinámica narrativa del cuento-al final- para "salvar" del patetismo al personaje homónimo. El cuento, su angustia fragmentaria, se autodeterminaba a sí mismo su cierre, y YO-ego- no ha´cía más que arruinar eso. A F. entonces, que no sólo se respondió la pregunta que me formuló a mí, sino también que me la explicitó. Una vez más, y van...

“Escribir es una forma éticamente elevada de ejecutar venganzas mezquinas.” Pablo Natale

-0

Mi pieza tiene las paredes desnudas, sin fotografías ni cuadros célebres. Pero hay una inscripción escrita con tiza violeta en el ángulo inferior derecho, bajo la mesada de luz, en caligrafía mínima: el amor es una piedra suspendida en dirección a una calesita, y una meada sobre una columna blanca. La frase tuvo un antecedente, un dibujo sin destreza. Está a su lado. No sé cuál ilustra a cuál. Sé que sólo yo conozco esa huella. Que esposa lo ignora. En la mesada, dentro de uno de sus cajones, hay un mapa de la provincia de Salta. Una ciudad marcada con un punto. Violeta, el punto. Más que rojo-pasión. Violeta-piedra-meada. Orán.

1-

Orán es una ciudad. Listo. Pero Orán es esa foto ya sepia sobre mi almohada, también. Mis dos hermanos y yo sentados en una tapiecita de ladrillos que recorría las cuatro cuadras de la plaza, cercándola. Un sitio inocente, simbólico. Mis hermanos miran la cámara, sonríen. Es el recuerdo que van a dejar a Papá una vez que nos vengamos a Córdoba, repite mamá al lado del fotógrafo. Hermanos atraviesan el lente de la cámara hacia las pupilas de Papá, sonríen. Yo, nene, la cara distraída. Levemente, para que Mamá no rete, ni Papá desconfíe. Orán es esa foto de unos hijos diciendo adiós, pero sobre todo ahora es el fondo apenas sumergido en la oscuridad de lo desenfocado. Un fondo que llama la atención justamente por la tensión en el semblante del niño Javier, el mío. Una a cada costado del arenero central, las calesitas. Dos calesitas cada una con un dueño propio, tan similares físicamente y de carácter, pero tan enemistados y con bronca mutua. Una bronca que obviamente anclaba cierto origen en el bolsillo y la billetera, pero que lo superaba por una confrontación con tintes éticos. Una lucha que se extendió a todos los chicos de la ciudad, al menos los que íbamos a la plaza. Como una tradición, elegir una calesita era ser marcado a fuego, tatuado, individualizado. Cada calesita tenía industrialmente una morfología, sus personajes, su música. Si la de Ernesto resplandecía en brillantes colores empalagosos, con todos los personajes de Disney en su plantel, y la música era temáticamente infantil; la de Hugo era una provocación, una apuesta a madres sin los pruritos de la pedagogía infantil de nuestras abuelas: una pintura opaca, umbría, imperfecta por desmembramientos de parcelas pintadas, yuxtapuesta a personajes de series terroríficas o fantásticas, como Frankenstein, Drácula, Zombies, todo orquestado por algo que ahora sé es un rock anglosajón al estilo de Radiohead, pero un poco más enfiestado. Una confrontación sin tregua la de Ernesto y Hugo; un choque que tenía sus secuelas entre los chicos que al elegir una calesita, elegíamos a su vez con quién íbamos a compartir la Coca y con quién íbamos a sentir el disgusto placentero de un puño rompiendo un diente. Intuitivamente, como por un mecanismo de relojería, corrí desenfrenado la primera vez a la de Hugo. Orán era Mamá llorando a escondidas en el garaje por Papá. Oran no podía ser simultáneamente Javier montando a Mickey en el destello alucinatorio de una melodía feliz. Sin permiso a Mamá, sin siquiera desafiarla, me arrojé al punto negro de la calesita de Hugo. Ahí un pibe, Gon, me instruyó en la épica del odio. Al día siguiente pude observar cómo tres de los pendejos afiliados a Ernesto arrinconaban a Gonzalo para castigar su camino de diversión desviado. La calesita de Hugo. Eran más grandes, estaban provistos de las armas de los chicos, palos y piedras. Desventaja total. Las rodillas asumieron un movimiento propio, el miedo; pero al observar a media cuadra, lejos pero interpelante, mi figura preferida, el zombie, también mis brazos y boca y garganta asumieron una dinámica propia, la fidelidad. Corrí hacia ellos, y ahí supe cuanto gozo hay en una derrota compartida. Orán es una ciudad, dice el mapa que guardo a escondidas de esposa, al Noreste de Salta, casi lindando con Bolivia. Sí. Pero sobre todo, Orán es Gonzalo y yo cagados a palos esgrimiendo la venganza mientras nos limpiamos la sangre, él arriba de Drácula y yo del Zombie. Todo eso que en la foto para Papá se puede ver en la leve distracción del Javi niño.

2

Una americana es como un boliche pero sin alcohol. El deseo, el histeriqueo y la traición son los mismos. Lo que cambia entre la infancia y la adolescencia no son los valores sino el alcohol. Las americanas del San Antonio de Padua eran todo lo que se quisiera menos un respeto al nombre religioso del colegio. Ahí se aprendían varias cosas, que las minas desde chicas no quieren ser santas ni objetos de devoción, quieren ser besadas; que la mejor mentira es una verdad dicha brutamente; y que la amistad nunca es absoluta sino relativa a una concha. Saberes que son más bien consignas difusas que con el tiempo uno termina por valorar más que las innumerables páginas que fuimos acumulando en el San Antonio. Quizá porque en una lo que se juega es el cuerpo. Orán es el título que le pondría a un libro de aprendizajes si alguna vez lo escribiera, con un subtítulo que dijera “Americanas del San Antonio”. Como con la calesita, elegir la chica que te gusta instituye afiliaciones y peleas. No hizo falta mucho para que me decidiera. El primer día pasaron dos cosas; la primera, cuando la maestra de Literatura estaba dando su clase una alumna bostezó, y cuando la maestra le preguntó Por qué bostezás sin mirarla y todavía con la boca en circunferencia le respondió por preguntas como esa.; la segunda, cuando espiábamos el baño de las nenas con Gonzalo escuché a una confesarle a la amiga nunca nadie me dijo que soy una chica fácil, que vida triste la mía. Irreverencia y despojo moral, y en ambos casos un mismo nombre: Florencia. Una vez impuesta Florencia, Gonzalo-ya mi aliado en calesita y mejor amigo- dibujó la escena, mis rivales y chances. Pocas, demasiado pocas. Mi trabajo, entonces, debía ser de hilado fino. Sutil, a largo plazo. Y fue así hasta esa americana. Todo decidido. Había desterrado a los otros chicos, como en la lucha con los de Ernesto. Una americana es como un boliche, con el deseo, el histeriqueo, la traición. Orán, su acento agudo es esa americana, el patio interno de la escuela, donde estaban los repuestos de las gaseosas. Florencia, luego de haber bailado con ella más de lo que mis piernas podían, se había esfumado. Cuando una mina no está con uno, está con otro. Apoyada sobre una columna blanca, retorciendo su boca aún torpe en otra boca un poco más experta. Quizá la más entrenada, la que me enseñó. Gonzalo sentenciándome que un beso no se desprende ni espera la escenografía y la situación perfecta, un beso se arrebata. Un beso violento, para una chica fácil, que bosteza ante la expectativa estúpida. Las rodillas asumieron una dinámica propia, el miedo; la mano de Gonzalo descendiendo trémula hacia la cola, la misma que me levantó en aquella paliza entre bandas, hicieron que mi voz asumiera también una dinámica propia, lealtad. Hacia mí. Di media vuelta y no dije nada. Mi mirada sobre la tanga de mi esposa tiene toda la fuerza del silencio de años. El libro de aprendizajes titulado Orán se lo dedicaría a Gonzalo y a Florencia. Porque la misma mano puede limpiar la sangre y perderse en el mullido culo de la mina querida. Ningún cura del San Antonio me enseño eso.

+0

Esposa, parada al filo de la cama, remera larga hasta la zona fronteriza de los muslos, me llama. Pregunta por mi viaje. Volví de Orán. Fui, según sabe Esposa, a visitar a un amigo. Allá hice dos cosas. Ni bien bajé de la Estación tomé un taxi hasta la plaza. Parado en el arenero, en la frontera, agarré una piedra considerable, pesada pero arrojable. Hice mi mayor esfuerzo y la proyecté hacia el zombie. Antes de que se estrellara, dí media vuelta y enfilé hacia la escuela. Pude escuchar el ruido latoso. Pero lo que importaba era mi fuerza al arrojar la piedra, y la parábola en el aire. El choque era superfluo. Una vez al frente del San Antonio, violenté la cerradura. En trance, recto, sin vacilar, caminé hacia el patio interno. Apoyé primero mi espalda a la columna blanca, imaginé a Flor experimentando ese arcaico temblor del goce, el abdomen impulsivo de Gonzalo que le arrebató un beso como la chica fácil que quería ser, la nariz de él rascando sus pómulos sin la tibieza amanerada de la caballerosidad de Javier. Entendí que alguien se había equivocado. Pero no supe quién. Me di vuelta, saqué la pija y meé la columna. No sé si existe en la geometría una figura para una certeza desesperante. Pero ahí la tatué. Un orín atizado. Luego, al salir, un móvil policial, la comisaría, multa por daño a la propiedad y otros tecnicismos legales, la estación, el ómnibus, casa. Y Esposa, el extremo inferior de la remera onduleando, preguntas. Le digo que vaya a buscar los forros, y mientras tanto corro la mesada de luz, y en la pared dibujo una piedra y la circunferencia de mi meada. Insatisfecho, escribo al costado, el amor es una piedra suspendida en dirección a una calesita, y una meada sobre una columna. Acomodo todo. Sobre el alcolchado, la foto de Javi-nene y sus hermanos. Esposa se tira pesada en la cama, la foto se voltea tangencialmente, descubriendo parte de su reverso. "Eduardo, son tus hijos y te quieren. Recordalos" Esposa mira mis manos, siempre mis manos.´Y ensancha sus piernas, los muslos rebalsando la contención fina de la remera. La lampara de la mesada titilea con intermitencia. Flashes. Claroscuros. A esta hora en el vidrio de la ventana se empaña toda la ciudad. Orán es el muslo delgado pero curvado de Esposa tajeando la frase de la foto. "..... Recordalos" Y tres mosquitos del lado de afuera de la ventana, chocando tercamente. Beso a Esposa que se expande desde los párpados, los pómulos, las comisuras, la garganta misma.

viernes, 4 de abril de 2008

DE LA POESÍA COMO MANIPULACIÓN

Biografía del poema: aturdido el viernes de "análisis textual", una materia soporífera, recordé una frase de Oscar del Barco, a saber, el arte no sirve para nada; luego, me vino a mente un descripción que F. hizo sobre lo que sería la esencia de mi producción artística: lo tuyo no es la poesía sino el chamuyo, y lo peor de todo, es que CONVENCÉS. Me parecía, en medio de la alocución insignificante de una profe sin nombre, me parecía que entre las dos frases había una contradicción pero un imantismo misterioso. O sea, justamente la pregunta es si mi poesía sirve para algo- para levantar y manipular minas- o si, como puedo llegar a creer, justamente no sirve para nada. Pero no como lo piensa Del Barco, la inutilidad del arte como resguardo de la obra en un mundo funcionalista- ser es servir para algo-, sino más llano, más mezquino: que si mi poesía no logra lo fundamental, anclar el deseo de ELLA en mi persona, entonces serviría de poco, ni siquiera de un chamuyo que, al parecer, no convence a nadie. O, mejor, a todas menos a quien importa. En resumen, una clase aburrida, dos frases reminiscentes, un presencia espectral con aroma a perfume hiperdulzón de mujer, y una lapicer sobre un cuaderno. Y una duda cabalgando una certeza.

1
Tomémonos como ejemplo
a mí:
finalizo una oración
sólo como manera de
ostentación.

Entonces,
soy un olimpista de mi arrogancia
como elíptico modo de decir
"quereme"

Tengo todos los versos
de un poema extenso
pero ignoro el arte de hablar
frente a tu cara.

2
Si mezclo los naipes
con velocidad inusitada
es posible que gane el juego,
que las cartas tiradas en la mesa
revelen con sus números en los ángulos
su celular su cumpleaños
y la ecuación de su deseo.

3
Tropezás

Fernet sobre mi camisa
"Ay, no, no sale el fernet"
lamentás,
y pienso
frente a las arrugas de
arrepentimiento infantil de su cara
"ay, no, no sale..."
me digo que tampoco
tampoco tu timbre de voz sale,
que es inlavable.

4
Hay modalidades de demostración.

Una,
encadenar silogismos y citas híbridas
para finalizar con una conclusión de neón:
"La poesía es un mero discurso social más..."

La segunda,
sus labios, rostro, estómago
perdiéndose en la boca
de un tipo anónimo
y arítmico,
durante mi recitado de obra:
la poesía- concluyo entonces-
la poesía no sirve para nada.

SALIDA

Hubo como dos elecciones.
te ibas con otro
o te quedabas conmigo.
El azar quiso
que vos
y tu pelo recogido
fueran del tiempo.
Un bostezo es la acrobacia
de nuestra seducción.
Vos,
o tu pelo retenido
y entonces una ladera sin recorrer
una vereda que no me señalaste.
Algo como tu nombre,
pero en mayúscula.

martes, 1 de abril de 2008

CALESITAS

Al profe de estética, (en) cuya clase desbarrancó mi cerebro hacia cualquier cosa menos Kant. Y a J. y F., por eso de que el medio ambiente condiciona cualquier germinación. Por estar ahí.

Una ejemplo sin ejemplificación. Una alegoría sin intérprete.
1
Madre, Orán, la plaza de la ciudad
y yo.
Una plaza con dos calesitas,
una plaza paradójica,
superpoblada.
Entrar en su tierra era
siempre
elegir,
la elección siempre.
¿Cómo elige un niño?
Por colores

2
Una plaza escindida en dos
territorios,
con una soberanía mezclada,
confusa.
-la falta de claridad es una mirada actual
en ese entonces la lógica era clara para nosotros-
Calesitas que circulan y
no se mueven,
pero movilizan a los chicos.
Elegir.
¿Qué hace un chico con la elección?
Busca risas.

3
Un sonido chirriante de metal
oxidado
se viene a acoplar sin rivalidad
con una música almidonada de
Disney, de fábula
monorítmica.
A la vez que nos mareamos
en el eterno retorno de
la misma calesita
-lo mismo una y otra vez, pero distinto-
nos mareamos al cubo
en el sube y baja de
nuestros vehículos artificiales.
¿Qué hace un niño en esa dinámica?
Se fuga

4
Madre y yo nos vamos.
A la espalda del niño
quedan dos ámbitos irreconciliables
dos calesitas:
en el medio
un banco con la pintura blanca
arruinada,
un ciruja y su hijo duermen ahí.
¿Qué hace un chico en la frontera?
Se le fugan risas y colores.

0
Madre, plaza, calesitas, Orán
todo almacenado,
archivado,
pieza de museo.
Ahora mi cabeza rueda
con la fuerza unida de dos calesitas
alrededor de esa banqueta indecorosa.