
A_ Lo extraño de cuando era niño es que no lo sabía. Sólo accedo a mi infancia cuando soy desterrado de ella.
B_ A mi primer perro, un ovejero alemán, le puse King. No lo supe hasta ayer, madre me contó que era hembra. Hoy, si fuera chico de nuevo, le volvería a poner King.
C_ Lo tenebroso de mi infancia fue que hubo muchas ocasiones en donde me porté como un adulto. Lo tenebroso de la escritura, es que encauza esas dos dimensiones, sin escoger ninguna.
A los 8 años, a tres cuadras de mi casa, vi a Padre salir de un departamento con una señora y tres nenas, todas rubias.
Madre nos había llevado en el auto a mis hermanos y a mí, a escondidas, siguiendo a papá. Sé que no entendía del todo lo situación, sé que mis hermanos más chicos tampoco. Madre estacionó detrás de un camión que distribuía lácteos, lo suficientemente grande para taparnos. Me pidió, sin explicarme nada, que bajara del auto y fuera hasta la casa de frente amarillo, la del garage semi-abierto. No pregunté nada. Un guión callado, una mano invisible, curtida, violenta, movía cada parte de los cuerpos. No pregunté nada, no afirmé nada. Descendí, caminé hasta la casa lindera del departamento, y los ví. Padre, sonriente, de la mano de una señora teñida de rubio, detrás de tres nenas, rubias ellas al natural. No sé si él me vió, pero inmediátamente dió una media vuelta y se metió al Depto.
Volvíamos en el auto. Hermanos jugaban al piedra-papel-tijera. Creo que siempre ganaba Hernán. ¿O era Melisa? No sé, perdían los dos, digamos. Los tres. Los cuatros. Volvíamos. Al llegar a casa, madre mandó a los chicos adentro. Una vez solos, me preguntó qué había visto. No miraba al asiento trasero, ni por el espejo retrovisor. Sus ojos estaban puestos a lo largo de la avenida que termina en la entrada del pueblo. O en la salida, según como se vea. Qué viste, Javi. Sé que no entendía la situación, sé que mis hermanos más chicos tampoco. Creo, ahora, que Madre aún menos.
No ví nada, mamá. No vi nada.
Piedra/papel/tijera.