ETERNO BORRADOR DE UNA MENTE SIN TALENTOS

Como caderear al ritmo del tun-tun o como desarticularse en un flash de neón en sintonía con el Dj, pero bajo el amparo del La Literatura: o de hacer cualquiera pero con cara de inteligente.

sábado, 4 de octubre de 2008

Las sobras de una cena nos mirarán desde su purgatorio
-Primera parte: versión preliminar-


Vino.
La puerta de mármol, chirrido de su abertura. Un rayo de luz, otro más, un tercero que amaga, entra, y termina de no pasar. Pero él, él sí entra. Vino, digo, aunque es raro. Raro sus zapatillas Adidas raspando el parqué del depto, su caminar de piernas cansadas, pesadas, ancladas a una gravedad, una fuerza que empuja desde un-muy-abajo; un tirón de un sótano vaya-uno-a-saber-dónde, pero profundo y semi-oscuro, seguro. Caminar, entonces, lustroso. Da una media vuelta, su brazo se alarga hasta el picaporte, empuja. La puerta de mármol, chirrido simétrico de su cierre- algo hay que hacer con esa puerta- Termina de caminar. Su cuerpo en el medio de la sala, un protagonista en una obra de teatro a punto de enunciar su parlamento. No dice, ni va a decir absolutamente nada. No hace falta comprobar. No, vino, y con eso basta. Todo lo que puede traer, lo trae en su cara sin semblante, ni tics, ni mirada. Vino, y es raro.


Vino.
Es extraño, y no tanto, pero digamos que sí, que es inusual. Porque Shorke murió ayer. Yo fui a su velatorio, hice como que lloraba, sí, me contaron que alguien vio que dos lagrimitas algo verdosas, penosas, hacían reconocimiento de territorio por mis pómulos. No les creo, no son mentirosos, pero los espejismos existen. No confío, sería mejor decir, no confío en sus relatos, sobre todo porque no estaba triste frente a su ataúd; era mi amigo, ni lo niego ni lo dudo, pero en mi esternón no tenía un hovillo condensado, sino un tejido deshilachado al viento. Tenía muchas ganas de cantar el himno de Croacia, un himno que con Shorke jamás escuchamos, pero que en unas de las tantas siestas a la vera del arroyo Trístesis inventamos sin pudor, con malicia agregaría. “Croatas de mierda, se creen raros por tener nombres fuertes, y guerras de colores lindos.” Ni Shorke ni yo sabíamos absolutamente nada de Croacia, pero desde que escuchamos por primera vez en segundo grado unos cuantos datos aislados-su nombre, sus guerras, algo de su geografía-, decidimos con alegría odiar ese país. Y, por eso, retomo, tuvimos que inventar su himno, con una malicia de mirada lateral, de gato que salta desde una esquina para arañar mientras revolotea su cola de contentura; al costado de Trístesis, mojando los pies, Shorke gritó para nadie, pues nadie había salvo yo, y no era necesaria la exageración ante mi presencia: “Croatas de mierda, se creen...” Y empezó a chapotear en la profundidad del arroyo, en su profundidad cínica de diez centímetros, mientras sus pupilas azul marino rebotaban por toda la libertad de los ojos, chocaban sin sentido como pelotita de tenis yendo de un lado del campo al otro, solo que a veces esa pelotita se estancaba en un punto y seguí en movimiento; como Shorke, que podía estar inmóvil, y sabía que todo se movía, que todo era sismo; como el arroyo que no necesita congelarse para ser una fotografía; o como la ciudad-pueblo donde morimos y vivimos, que cumple aniversarios de fundación pero que yo sepa siempre se mantuvo en una fecha que confirma cada vértice de su arquitectura; todo está inmóvil, anclado en un punto donde la gravedad se pasa de mambo, pero que a su vez retiene una vibración espantosa pero trivial. Como un himno, desde las pupilas de Shorke hasta la Ciudad-pueblo, todo acá es una potencia con sobrepeso, una potencia cuadripléjica. Una vida que se arrastra.

Vino, vino Shorke. Y ahora parado en el centro de la sala, en medio de una semi-esfera de luz, comienza a entonar nuestro himno de Croacia. Un zombie en mi depto tarareando un himno inventado sobre un país del que nada sabemos. Pienso: algo tengo que hacer con el chirrido de la puerta de mármol. Shorke se desamya, un lento aroma a putrefacción se asienta en los muebles. Tiro unas sábanas sobre su cuerpo sin orden. Algo tengo que hacer con esa puerta. “Vendrán marineros con ojos negros/y una sirenas con piernas y vellos/ vendrá una aluvión de tierra de calle sin asfalto/ y nos petrificará en medio de nuestras llanuras/ ¡viva nuestra Croacia!/ en el poco tiempo que le queda...”
Así empezaba nuestro Himno. Pero en una entonación que nosotros compusimos en el arreglo de nuestras voces, pero que creo no podría reproducir. Sería algo así como un duende cantando la Marsellesa. O una madre llorando a su hijo muerto de sobredosis, mientras por lo bajo mi risa repiquetea en la madera del cajón. Algo así. Pero nada que ver, también.

En resumen. Shorke vino. La puerta chilla. Y el ocaso de Croacia, ahora, es inminente.

4 comentarios:

Javier Martínez Ramacciotti dijo...

Foto:
Casa de Arguello

Javi-nene,hermano,hermana,prima y Abuela-de-lejos.

Atrás: Reanult 12 que descansará en algún desarmadero luego de ser robado.

Todo es robado. La infancia, el tiempo.

La palabra.

Mariela Laudecina dijo...

guau, es un texto de puta madre Javi
Me encantó.
Mariela.
PD:Quiero más.

Javier Martínez Ramacciotti dijo...

Mariela: epa! epa!
Que efusividad!! Muy bienvenida...
Cuando uno ladea el texto buscándole el ínfimo detalle erróneo que confirme la sospecha de que nació congénitamente fallido, aparece un comentario como el tuyo y desactiva aunque sea por unos segundos la paranoia.
Eso es felicidad.
P.d: sus deseos son órdenes. Ya vendrá más.

Grado Cero dijo...

Javi, me gusta mucho, la prosa va caminando distante pero tranquila ( no me sale otra forma de decirlo)

Gustos: la palabra chirrido me encanta, chapotear no.

Se que puede ser detestable, pero vos decís que es positiva la lectura que contrarie o diga algo más... y en este caso yo le quitaria esto:

Y empezó a chapotear en la profundidad del arroyo, en su profundidad cínica de diez centímetros, mientras sus pupilas azul marino rebotaban por toda la libertad de los ojos, chocaban sin sentido como pelotita de tenis yendo de un lado del campo al otro, solo que a veces esa pelotita se estancaba en un punto y seguí en movimiento; como Shorke, que podía estar inmóvil, y sabía que todo se movía, que todo era sismo; como el arroyo que no necesita congelarse para ser una fotografía; o como la ciudad-pueblo donde morimos y vivimos, que cumple aniversarios de fundación pero que yo sepa siempre se mantuvo en una fecha que confirma cada vértice de su arquitectura; todo está inmóvil, anclado en un punto donde la gravedad se pasa de mambo, pero que a su vez retiene una vibración espantosa pero trivial. Como

retomaría con las pupilas como himno y lo de ciudad-pueblo.
beso